lunes, 22 de junio de 2009

Locura de amor

Tú y yo en el sendero que lleva a la capilla. La misma pequeña iglesia donde nuestros padres se casaron y fuimos bautizados.
Mi mano oprime la tuya. Pasa un borriquillo cargado con canastas de mimbre.
Sus ojos son dos piedras de azabache. Una niña descalza lo lleva de las riendas y le habla en voz muy baja.
Te miro. No deja de asombrarme tu rostro perfecto. Se diría que eres un dios griego. Te beso para asegurarme que estás conmigo.
Un camino de dicha nos aguarda. Patios con juguetes formando parte de aquello que soñé desde niña. Llantos provenientes de las cunas y tu voz serena calmando berrinches.
Un anciano que va caminando, escribe sobre la tierra puntos suspensivos con su bastón.
Los chiquillos nos siguen con curiosidad y sus caritas sucias de polvo no logran esconder el asombro donde se columpian los pensamientos de la niñez.
El humo gris de las chimeneas, semeja nimbos que quieren volver al cielo para permanecer allí toda la eternidad. A lo lejos, se ve el espejo celeste del Danubio. Esta es una tarde soleada armada con retazos de muchas otras.
Estamos llegando. Me acomodo el vestido de novia de organza y la corona con tules en la cabeza. Nadie puede competir conmigo. Ni siquiera las cigüeñas blancas que me miran interrogativamente desde el pequeño campanario.
El párroco me ve. Su sotana esconde el cuerpo delgado como un junco. Lo miro y vuelve a explicarme como ayer,… como tantas veces,… que no hay boda porque no hay novio.
Mientras regreso a mi humilde casa, los fieles interrumpen sus plegarias para decir: -Pobre, no se da cuenta que Manuel ya se ha casado con otra.-
- Infamias, calumnias. No saben lo que dicen con sus lenguas viperinas. Mañana volveré y él me pondrá los anillos de oro ante la envidia de todas las jóvenes del pueblo.

Juana Schuster

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